Salud y Familia

La mayoría de las personas con coronavirus no lo van a propagar, pero ¿por qué algunos infectan a muchos?

En una fiesta de cumpleaños celebrada en Texas el 30 de mayo, se reportó que un hombre infectó con el coronavirus a diecisiete de sus familiares.

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Una sala de emergencia improvisada, montada para lidiar con el brote de coronavirus en Brescia, Italia, el 16 de marzo de 2020. (Alessandro Grassani/The New York Times)

Una sala de emergencia improvisada, montada para lidiar con el brote de coronavirus en Brescia, Italia, el 16 de marzo de 2020. (Alessandro Grassani/The New York Times)

Leyendo reportes como ese, quizá creas que el virus es como un incendio forestal y desata epidemias instantáneamente adonde vaya. Pero otros informes cuentan una historia totalmente distinta.

En Italia, por ejemplo, los científicos analizaron muestras de aguas residuales para encontrar las primeras trazas del virus. La semana pasada informaron que el virus se registró en Turín y Milán desde el 18 de diciembre. Pero pasaron dos meses antes de que los hospitales del norte de Italia comenzaran a llenarse con víctimas de COVID-19. Así que esos virus decembrinos parecen haber desaparecido.

Por extraño que parezca, estos informes no se contradicen. La mayoría de las personas infectadas no contagian el coronavirus a alguien más. Pero un pequeño número lo transmiten a muchas otras personas en los llamados sucesos de superpropagación.

“Es como arrojar un cerillo a un montón de leña”, dijo Ben Althouse, científico investigador del instituto para el modelaje de enfermedades en Bellevue, Washington. “Arrojas un cerillo, pero quizá no encienda la leña. Si arrojas otro, tal vez tampoco la encienda. Pero si arrojas otro en el lugar adecuado, de pronto todo comienza a encenderse”.

Los científicos aseguran que entender por qué algunos cerillos inician incendios, mientras que muchos no lo hacen, será esencial para frenar la pandemia. “De no ser así, siempre estaremos un paso atrás del virus”, dijo Adam Kucharski, epidemiólogo de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres.

Raymond Sanchez, conductor de la Autoridad de Transporte Metropolitano, desinfecta autobuses durante el cambio de turno en East Harlem en Nueva York el 5 de mayo de 2002. (Brittainy Newman/The New York Times)

 

Cuando el virus apareció en China, los epidemiólogos lucharon por entender cómo se propagaba de persona a persona. Una de sus primeras tareas era calcular el número promedio de personas que infectó a cada individuo enfermo, o lo que los epidemiólogos definen como el número reproductivo.

El nuevo coronavirus resultó tener un número reproductivo de entre dos y tres. Es imposible definir una cifra precisa, pues el comportamiento de las personas puede provocar que sea más fácil o más difícil que el virus se propague. Al entrar en confinamiento, por ejemplo, Massachusetts redujo su número reproductivo de 2,2 a principios de marzo a 1 para finales del mes; ahora la cifra es de 0,74.

Esa cifra promedio también puede ser engañosa porque oculta la variabilidad de propagación de una persona a la siguiente. Si nueve de cada diez personas no transmiten el virus en absoluto, mientras que la décima persona la transmite a veinte personas, el promedio aún seguiría siendo de dos.

En algunas enfermedades, como la influenza y la viruela, un gran porcentaje de las personas infectadas transmiten el patógeno a unas cuantas más. Estas enfermedades suelen crecer de manera constante y lenta. “La gripe puede avanzar a paso lento”, dijo Kristin Nelson, profesora adjunta en la Universidad Emory.

No obstante, otras enfermedades como el sarampión y el síndrome respiratorio agudo grave, o SRAG, son susceptibles a propagaciones repentinas, con tan solo unas cuantas personas que transmiten la enfermedad.

Los epidemiólogos captan la diferencia entre las infecciones y la ralentización con algo conocido como parámetro de dispersión. Es una medida de la variación que hay, de persona a persona, al transmitir un patógeno.

Sin embargo, James Lloyd-Smith, ecologista de enfermedades de UCLA que desarrolló el parámetro de dispersión hace quince años, advirtió que solo porque los científicos pueden medirlas no significa que entiendan por qué algunas enfermedades pueden propagarse de manera más masiva que otras. “Tan solo entendemos algunos aspectos”, comentó.

Cuando estalló la crisis de la COVID-19, Kucharski y sus colegas trataron de calcular ese número comparando los casos en distintos países.

Si la COVID-19 era como la gripe, se esperaría que los brotes en distintos lugares tengan en su mayor parte el mismo tamaño. Pero Kucharski y sus colegas hallaron una gran variación. Según sus conclusiones, la mejor manera de explicar este patrón era que el diez por ciento de las personas infectadas eran responsables del 80 por ciento de las nuevas infecciones, lo cual implica que la mayoría de las personas transmitieron el virus a unas cuantas personas, si es que lo hicieron.

Kucharski y sus colegas publicaron una versión previa de su estudio en abril como un informe que no ha sido revisado por otros científicos, ni se ha publicado en una revista científica. Otros epidemiólogos han calculado el parámetro de dispersión con otros métodos que han dado como resultado cálculos similares.

En Georgia, por ejemplo, Nelson y sus colegas analizaron más de 9500 casos de COVID-19 de marzo a mayo. Crearon un modelo para la propagación del virus a través de cinco condados y calcularon cuántas personas fueron infectadas por cada enfermo.

En una publicación emitida la semana pasada, los investigadores hallaron muchos sucesos de superpropagación. Tan solo el dos por ciento de las personas eran responsables por el veinte por ciento de las transmisiones.

Ahora los investigadores están tratando de averiguar por qué tan pocas personas propagan el virus a tantas otras. Están tratando de responder tres preguntas: ¿quiénes son los superpropagadores? ¿Cuándo ocurre la superpropagación? ¿Y dónde?

En cuanto a la primera pregunta, los médicos han observado que los virus pueden multiplicarse en grandes cantidades dentro de algunas personas y no dentro de otras. Es posible que algunas personas se vuelvan chimeneas del virus, por lo que expulsan nubes de patógenos con cada aliento.

Algunas personas tienen más oportunidades de enfermarse, y de contagiar a otras personas después. Un conductor de autobús o un trabajador de un asilo quizá se encuentre en el centro de la red social, mientras que es menos probable que la mayoría de las personas entren en contacto con otras, sobre todo durante el confinamiento.

Nelson sospecha que las diferencias biológicas entre las personas son menos importantes. “Creo que las circunstancias son mucho más importantes”, comentó. Lloyd-Smith estuvo de acuerdo. “Creo que se enfoca más en los sucesos”.

Este patrón de superpropagación podría explicar el desconcertante retraso registrado en Italia entre la llegada del virus y el ascenso de la epidemia. Además, los genetistas han encontrado un retraso similar en otros países: los primeros virus que aparecen en determinada región no producen las epidemias que ocurren semanas más tarde.

Muchos países y estados han combatido brotes con el confinamiento, que han logrado reducir los números reproductivos de la COVID-19. No obstante, conforme los gobiernos comienzan a reanudar actividades, no deben mostrarse confiados ni olvidar que el virus puede superpropagarse.

Por otro lado, saber que la COVID-19 es una pandemia de superpropagación podría ser algo bueno. “Es una buena característica para poder controlarla”, comentó Nelson.

Puesto que la mayoría de las transmisiones solo suceden en un pequeño número de situaciones similares, quizá sea posible averiguar estrategias inteligentes para evitar que ocurran. Es posible que eso evite confinamientos generalizados y devastadores al analizar los sucesos de superpropagación.

“Al frenar las actividades en un pequeño porcentaje de nuestras vidas, en realidad podríamos reducir gran parte del riesgo”, comentó Kucharski.