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“¡Mire, don Chendo, allá van las sombras, en cualquier momento salen a respirar!”, grita Pedro Alvarado, uno de los tripulantes del yate “Sirena”, que se usa para la pesca deportiva pero que en la época de avistamiento de cetáceos se renta a turistas.
Pedro, de 35 años, pierde la mirada en el vasto mar en busca de una estela de agua que muestre el rastro de los grandes cetáceos y cada vez que ve las sombras gigantes grita y señala: “Allá van la ballenas, miren”.
Los animales navegan cerca de la lancha. Juegan entre ellos y nadan realizando una acompasada coreografía. Su cola se hunde en las profundidades del océano para coger impulso, dan un coletazo y avanzan unos 30 metros bajo el agua. El mar está tranquilo, así es más fácil ver este espectáculo marino.
Este joven marino, hablador y alegre, cuenta que desde noviembre hasta marzo los pescadores pueden ver a las ballenas jorobadas o yubartas con regularidad.
“Saltan cerca de nosotros a veces, cuando estamos pescando por las mañanas. Son tan enormes que podrían voltear las lanchas pero no lo hacen”. Son amigables. No son agresivas. Y todos se sorprenden de que un animal tan grande no los ataque.
La ballenas se mantienen en las aguas cercanas a Alaska, pero para su reproducción buscan aguas más cálidas. Es entonces cuando se acercan a Guatemala, donde se cortejan y dan a luz a los cachalotes -con pasaporte guatemalteco- después de una gestación de 12 meses.
Según los expertos, estos cetáceos se pueden embarazar cada 2 o 3 años y son las hembras las más grandes: pueden llegar a pesar hasta 50 toneladas. Aunque cuando desciende a aguas cálidas bajan de peso. No necesitan tanta grasa corporal y los bailes de apareamiento y los juegos hacen que pierdan hasta 20 toneladas.
En los últimos años, en el país centroamericano la búsqueda y avistamiento con fines recreativos de las ballenas se ha incrementado.
Por ello, el Consejo Nacional de Áreas Protegidas y el Instituto Guatemalteco de Turismo han creado un reglamento para avizorar a los cetáceos y protegerlos en esta época.
Las embarcaciones que participan en esta actividad deben cumplir todas la normas y conseguir los permisos. Entre los requisitos está la velocidad de acercamiento hacia los mamíferos gigantes (9 kilómetros por hora) o la distancia mínima para observar a las yubartas (200 metros).
La lancha “Sirena” cumple con ellas. Sigue a la familia por al menos media hora. Cada cierto tiempo, las ballenas, majestuosas, inmensas y elegantes, asoman el lomo y exhalan arrojando un chorro de agua a gran presión que llega a unos 5 metros de altura. Los tripulantes de la embarcación no pueden menos que exclamar de asombro cada vez.
Después de los 30 minutos la lancha se aleja. Los animales se pueden sentir acosados y las madres pueden considerar que las embarcaciones son un peligro para las crías. Ahí pueden empezar a comportarse de manera hostil, aunque hasta la fecha no ha habido un registro de ataque en Guatemala. Toda precaución es poca.
En el recorrido, de unas 10 millas náuticas mar abierto -unas cinco horas-, se tienen encuentros con tortugas parlamas que desovan en las playas o de delfines nariz de botella, que nadan en grupos de 50 o hasta 100. Son sociables con las embarcaciones, se acercan a pocos metros y nadan alrededor. Saludan con sus chillidos.
Pedro dice que los marineros y pescadores locales creen que cuando uno de ellos muere, y dedicó la mayor parte de su vida al mar, se reencarna en un delfín. “Por eso se acercan a saludarnos, pueden ser marineros en vidas pasadas que sienten nostalgia por los barcos”.
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