Sin embargo, casi nadie se pregunta de qué manera esta crisis familiar puede afectar también a sus hijos Jorge, Carlota, Luis, Archie y Lilibet.
En cualquier familia puede haber discordia. Pueden ser nimiedades, disputas por la herencia o algún otro tema de conflicto. Pero en ningún caso se debe exigir lealtad a los hijos. Según la coach familiar Kira Liebmann, ese es el camino equivocado. Por eso, los padres deben sopesar hasta qué punto deben implicar también a sus hijos en la disputa familiar.
“No importa de qué se trate, no se debe pedir a los hijos que tomen partido”, resalta la asesora germana. Liebmann destaca que hay que evitar que los hijos se vean obligados a asumir una responsabilidad que no podrían soportar.
La prohibición de contacto desgarra a los niños
La especialista aconseja no arrastrar a los hijos a una guerra familiar, por ejemplo, al imponerles una prohibición de contacto con algún pariente. No poder hablar con un tío o una prima querida desgarra a los niños.
“Aunque no tengan ningún problema con esos miembros de la familia, los niños ahora se convierten en parte del conflicto”, explica la fundadora de la Academia de Coaching Familiar en la localidad de Maisach, en el sur de Alemania.
Liebmann indica que los niños pueden desarrollar miedo a la pérdida, y agrega que los menores de 16 años aún no son capaces de desarrollar un sentimiento de confianza en sí mismos.
“Esto se debe a que las áreas del cerebro responsables de estos procesos no maduran hasta el final de la pubertad. Por eso necesitan que los padres les den seguridad desde fuera”, explica.
La mediación es tarea de los adultos
Los padres deben transmitir una consigna clara a sus hijos: “Este no es tu problema. Es nuestra disputa y tú no tienes nada que ver”. Pero al mismo tiempo, los padres no deben fingir que todo está bien porque los niños son muy perceptivos y captan las cosas de todos modos.
Si los hijos quieren saber lo que sucede, los padres pueden resumir el tema lo más breve y sencillamente posible y no perderse en detalles.
“Cuanto más pequeños son los niños, menos necesitan saber sobre el conflicto”, comenta Liebermann. La experta aconseja que ante preguntas posteriores se puede decir por ejemplo: “Entiendo que te interese. Mira, los adultos tenemos nuestras cosas y por eso tenemos que ocuparnos nosotros mismos de esos temas. Lo solucionamos entre nosotros. Pero está bien que quieras saber tanto”.
También hay que suprimir los ataques de ira. “¿En qué beneficia al niño que te desahogues con él?”, cuestiona la coach familiar.
¿Y si el niño quiere mediar en la guerra familiar? “Entonces es una señal clara de lo desesperado que está”, asegura Liebmann. No obstante, hace hincapié en que hay que tener cuidado de que el niño no asuma el papel de mediador. “Que no se vea arrastrado por las discusiones es nuestro trabajo como adultos”, destaca.