Este grupo de individuos, que fueron divididos en dos conjuntos al comienzo de la investigación, consumía pan normalmente por una cantidad equivalente al 10 por ciento de sus calorías diarias.
En el estudio, uno de los conjuntos comió pan blanco procesado por una semana por una cantidad que equivalía al 25 por ciento de sus calorías, mientras que el otro tuvo que consumir pan integral de masa madre, realizado en base a levaduras naturales.
Después de ese tiempo, los participantes estuvieron dos semanas sin comer pan y el estudio se reanudó tras ese período pero con la dieta invertida.
Así los investigadores notaron que, en general, no había diferencias significativas entre los efectos que ambos panes provocaban.
Además, hallaron que la respuesta glucémica, es decir, el impacto de un alimento en el nivel de azúcar en sangre, era específica de cada individuo.
En todo ese tiempo, los investigadores hacían un seguimiento de diversos indicadores de la salud, como los niveles de glucosa, los de minerales esenciales, de colesterol, entre otros.
“Notablemente, encontramos que una sola semana de consumo de pan provocó cambios en múltiples variables clínicas y factores de riesgo”, sostiene el estudio.
De esa forma, encontraron que había una disminución significativa en niveles de minerales como calcio, hierro y magnesio y un aumento de la enzima lactato deshidrogenasa, “un marcador de daños en los tejidos”.
“A pesar de las limitaciones de este análisis, entender el efecto de distintos alimentos en los parámetros clínicos es un primer paso hacia la combinación de diferentes comidas para confeccionar dietas personalizadas que produzcan efectos clínicos”, agrega el estudio.