Se sintió bien al principio, pero pronto perdí el interés en deshacerme de cosas y carecía de la energía física y mental para encargarme de lo que faltaba.
Además, tenga por seguro que, después de 55 años de vivir en la misma casa, había mucho más que debía desechar. Los espacios vacíos tienen una manera de llenarse. De verdad envidio a las amistades y los vecinos que eliminaron muchas cosas y tuvieron que deshacerse de botes de basura llenos de artículos que ya no usaban o no eran útiles.
No obstante, hace poco, cuando una tubería que tenía una fuga empapó la alfombra en mi sótano amueblado, donde durante décadas almacené todo aquello que no utilizaba, pero de lo que no me podía deshacer, regresé a la acción. No hay nada como una crisis, pequeña o grande, para obligarnos a lidiar con una acumulación inimaginable de cosas.
Personas como yo, que llenan las áreas de almacenamiento mientras los espacios de la vida cotidiana se mantengan ordenados, no llegan a ser unos acumuladores, una categoría que tiene su propio diagnóstico psiquiátrico. Sin embargo, tener muchas cosas conlleva sus propios riesgos, como el estrés crónico y repetido que puede provocar; por ejemplo, cuando se busca con frenesí un documento importante entre montones de misceláneos o se corre a toda velocidad para arreglar pilas de basura antes de que lleguen visitantes.
Eso sin mencionar el riesgo de tropezarse con objetos que no están en el lugar que les corresponde. Cuando mi amigo de 61 años, quien parece no poder deshacerse de nada, tuvo complicaciones a raíz de una lesión en la cabeza que lo mantuvo en el hospital durante varias semanas, su esposa se sintió motivada a limpiar su apartamento de muchos objetos desperdigados antes de su regreso a casa.
Además, el desorden distrae, roba tu atención de pensamientos y tareas que valen la pena. Consume tiempo y energía y disminuye la productividad. Aunado a eso, un estudio de 2015 de la Universidad Saint Lawrence descubrió que una habitación en desorden está ligada con noches de mal sueño.
La carga del desorden ni siquiera termina cuando morimos. Cuando mi amigo Michael y sus hermanos limpiaron la casa de su madre de 92 años en Florida después de su fallecimiento, entre las muchas cosas repetidas que encontraron estaban 8 frascos idénticos de mostaza, 60 latas de trozos de piña, 72 rollos de toallas de papel, 11 andaderas y 4 sillas de ruedas. Costosas cargas de camiones con objetos tuvieron que ser trasladadas. Me gustaría que mi familia tuviera mejores cosas por las cuales preocuparse o reírse cuando yo muera.
Quizá te preguntes por qué personas como yo o la madre de mi amigo guardamos tantas cosas que quizás nunca necesitaremos. El temor de quedarnos sin ese artículo en la casa es una razón por la que compro al mayoreo, en especial cuando los productos deseados están en oferta. Sin duda, un miedo similar resultó en las compras de pánico de papel higiénico, pasta y frijoles enlatados al principio de la pandemia. Nunca olvidé lo que una vecina dijo cuando, en medio de una fiesta de vecinos, le preguntaron dónde guardaba el resto de sus toallas de papel. “En la tienda”, respondió.
Cuando me siento triste, no me resisto a la terapia de las compras, a menudo compro otro traje de baño o una chaqueta abrigadora para agregar a mi extensa colección. Scott Bea, un psicólogo clínico en la Clínica Cleveland, ha destacado que nuestra sociedad de consumo impulsa a mucha gente a coleccionar cosas que no necesita.
Algunas personas también se sienten obligadas a aferrarse al pasado, como un amigo que conserva el programa de cada evento al que ha asistido durante las seis últimas décadas. Por culpa o sentimientos, a algunas se les dificulta dejar ir los regalos inútiles de personas que aman o admiran. “¿Qué pasa si un día vienen y descubren que ya no lo tengo?” es un racionamiento común.
Tengo muchas razones para no botar un artículo que no uso desde hace tiempo. Si es algo que he atesorado durante un largo periodo de tiempo, como los cubiertos y la porcelana que mi esposo y yo compramos con nuestros regalos de bodas hace 46 años, quiero dárselos a alguien que sé que los apreciará y los usará. Además, tengo un miedo cuasi irracional de que tan pronto como me deshaga de algo, descubriré que lo necesito.
Aun así, con frecuencia me armo de valor y dono a organizaciones benéficas que recolectan ropa y artículos del hogar en mi vecindario. Vivo en una cuadra con mucho tráfico peatonal y dejo “regalos” (desde champús y zapatos hasta macetas y marcos para fotografías) en el frente de la casa, los artículos suelen desaparecer en horas.
Cuando me di cuenta de que era momento de decir adiós a archivos profesionales con décadas de antigüedad, solicité la ayuda de asistentes, les instruí que no me dejaran ver nada de lo que tirarían de mis cajones. ¡Ahora haré lo mismo con los cientos de libros relacionados con mi trabajo que nunca volveré a abrir!