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El profesor Peter Proff, presidente de la Sociedad Alemana de Ortopedia Infantil, dice que en líneas generales tiene sentido que el chupete esté adaptado al crecimiento del niño porque, además, debe adecuarse a los movimientos musculares que haga el infante.
“Si el chupete es demasiado pequeño, puede desaparecer en la boca o tal vez ofrezca muy poca resistencia a los músculos de las mejillas que lo presionan”, explica. Esa falla podría favorecer la aparición de una mordida lateral cruzada.
Por el contrario, si el chupete es demasiado grande, el peligro reside en que los incisivos delanteros podrían ser desplazados hacia adelante, lo que derivaría en una mordida abierta que podría perjudicar a los niños al hablar y al morder.
También es importante la zona de transición entre el chupete y los dientes. Debería generar la menor presión posible en esa zona, es decir, debería ser lo más suave y flexible posible, tener poca altura en dirección vertical y ser más bien ancha.
Lo decisivo es que el niño se las arregle bien con el chupete que le toque en gracia. Los datos que suelen colocar los fabricantes en el paquete, sea lo que se refiere a los tamaños o a las edades, suelen ser promedios generales.
“Seguramente sea mejor que el niño use un poco más el chupete más pequeño y no que pase demasiado rápido a utilizar un modelo más grande e incómodo”, recomienda Proff.
Antes de que los pequeños le den el último adiós al chupete suelen perder una buena cantidad de ejemplares. Algunos incluso lo deshacen a mordiscones. Pero a no desesperar, recomienda Proff.
En todo caso lo importante es que los padres no insistan demasiado en que el niño use chupete. Según el especialista, puede que eso les genere enojo y lo terminen rompiendo con los dientes.
Otros puede que lo destrocen de ese modo como una manera de lidiar con otros conflictos, algo similar a lo que sucede con los adultos cuando bruxan. “Pero no existen muchas pruebas al respecto”, acota Proff.
De cualquier modo es importante que los padres recambien el chupete cuando vean que tiene grietas o está roto. Si no, puede que el chupete se convierta en un caldo de cultivo de bacterias y un nido de mugre.
En algún momento llega el gran día en que el chupete tiene que desaparecer. Los expertos recomiendan que suceda después del primer año de vida, porque después empiezan a salir cada vez más dientes y aumenta el riesgo de que se desplacen o se genere un mal posicionamiento de las piezas dentales.
“De todos modos sé que no es fácil”, admite Proff. Por eso no hay que forzar el desacostumbramiento, sino hacerlo paulatinamente. Al fin de cuentas el chupete no es sólo un objeto de plástico para los niños. Es algo que les da seguridad y consuelo.