Salud y Familia

Vacuna contra el COVID-19: la carrera para desarrollarla y los riesgos que implica

A juzgar por los comentarios que he escuchado y leído, muchos estadounidenses esperan que una vacuna contra el COVID-19 pronto elimine la necesidad de usar cubrebocas y mantener una sana distancia, y nos permita regresar a nuestras vidas previas al brote.

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Los médicos advierten que el lanzamiento prematuro de una vacuna podría generar muchos más daños que beneficios. (Gracia Lam/The New York Times)

Los médicos advierten que el lanzamiento prematuro de una vacuna podría generar muchos más daños que beneficios. (Gracia Lam/The New York Times)

Como lo dijo un vecino, citando el operativo “Warp Speed” (máxima velocidad) del gobierno para acelerar el lanzamiento de una vacuna en el mercado: “Empezaré a tomar el metro e ir a la oficina en otoño cuando tengamos la vacuna”.

Sin embargo, los expertos concuerdan en que este optimismo es muy poco realista. Mi vecino —así como el resto de nosotros como trabajadores “no esenciales”— tendremos suerte de tener acceso a una vacuna segura y eficaz dentro de un año. A continuación, te decimos por qué.

Los médicos expertos en el desarrollo de vacunas y los peligros reales del apuro imprudente advierten que, por más prometedora que parezca una vacuna ahora o dentro de unos meses, su lanzamiento prematuro podría generar muchos más daños que beneficios.

Tal como se demostró en 1955, por ejemplo, cuando la vacuna original contra la poliomielitis desarrollada por Jonas Salk se distribuyó apresuradamente, la precipitación no rinde buenos resultados. Un percance en la producción en masa de la vacuna enfermó de polio a 70.000 niños, dejó lisiados a 164 de ellos y ocasionó el fallecimiento de 10.

Un percance similar con una vacuna para el coronavirus “podría resultar contraproducente y aumentar el escepticismo hacia las vacunas y su desarrollo, así como la desconfianza en los médicos”, me dijo el doctor Brit Trogen.

“Todos quieren que la vacuna sea el santo remedio que nos rescate de esta crisis, pero la intensa presión política y pública para lanzar la vacuna antes de que la ciencia esté lista podría acarrear consecuencias negativas y devastadoras”, afirmó Trogen, residente de medicina pediátrica en el Centro Médico Langone de la Universidad de Nueva York y el Hospital Bellevue en Nueva York.

Hay que considerar que si una o más de las vacunas que se están probando en este momento para el COVID-19 llegaran a causar una enfermedad grave, aunque sea a un pequeño porcentaje de personas, entonces se considera que aún no existe una cura eficaz.

A los expertos también les preocupan las expectativas injustificadas sobre la eficacia de una vacuna. Ninguna vacuna previene una enfermedad en el 100 por ciento de los receptores, aunque es cierto que la gente que está vacunada puede desarrollar síntomas menos graves de la enfermedad, como sucede con la vacuna antigripal. Es probable que una de las vacunas que se están probando ahora para el COVID-19 sea capaz de prevenir muchos casos de infección más graves y letales, según Paul A. Offit, líder mundial en el desarrollo de vacunas.

“Incluso una vacuna que sea un 50 por ciento eficaz en la prevención de una enfermedad fatal podría ser aceptable”, comentó Offit, profesor de Pediatría y director del Centro de Educación sobre Vacunas en el Hospital de Niños de Filadelfia.

No es suficiente saber que una vacuna candidata produce una respuesta de anticuerpos —incluso si es vigorosa— en personas susceptibles o que cientos de voluntarios la recibieron sin experimentar ningún efecto adverso grave. Los médicos no pueden tener la certeza razonable de que la vacuna es segura y eficaz sino hasta que está probada en decenas de miles de personas, y a veces ni siquiera así.

En circunstancias normales, este proceso tarda años. Sin embargo, estos no son tiempos normales, así que los periodos de prueba de las posibles vacunas contra el COVID-19 se están reduciendo a meses, lo cual podría aumentar el riesgo de equivocaciones. No obstante, Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de Salud, dio su palabra de que, pese a la prisa por hacer llegar una vacuna eficaz a la población, “no comprometeremos la seguridad”.

Offit, que está participando en la supervisión de las pruebas de las vacunas contra el COVID-19, describió la secuencia necesaria de eventos de la siguiente manera:

Una posible vacuna primero se pone a prueba en animales de laboratorio que suelen desarrollar COVID-19 al infectarse con el virus, como los ratones, para ver si previene la enfermedad. A esto se le llama una “prueba de concepto” de que la vacuna puede funcionar. Luego vienen las pruebas de Fase 1 y Fase 2 que se hacen en tal vez cientos o miles de voluntarios humanos. Los investigadores buscan evidencia de que la vacuna es segura y ponen a prueba distintas dosis de la vacuna hasta encontrar la que rinda los mejores resultados en cuanto a los anticuerpos que combaten el virus. Al menos dos vacunas candidatas ya están en esta etapa.

Después viene la prueba de fuego, la Fase 3, un posible ensayo controlado con placebo de decenas de miles de individuos para evaluar tanto la seguridad como la eficacia. Para una o más de las cinco vacunas candidatas prometedoras contra el COVID-19 cuyo análisis se está acelerando, se espera que esta etapa comience en julio. Cada ensayo de Fase 3 constará de 20.000 personas que recibirán la vacuna experimental y un grupo de control (de placebo) de 10.000 personas que no serán vacunadas. Las pruebas se realizarán en áreas en el país y en el extranjero que ya son, o se espera que sean, zonas de alto contagio de COVID-19.

Sin embargo, dependiendo de la prevalencia que tenga el virus este verano en las áreas donde se realizarán las pruebas, podrían pasar meses —o hasta un año— antes de que se pueda determinar cuán eficaz es la vacuna para prevenir la enfermedad.

“Esa es la única manera de saber si la reacción inmunitaria que se vio en las pruebas anteriores puede proteger a la gente en el mundo real”, afirmó Offit. “Si hay poca incidencia de la enfermedad durante el verano, podría ser un problema. Es posible que tengamos que seguir reclutando participantes hasta que se enfermen las suficientes personas del grupo de placebo como para tener una comparación significativa con el grupo vacunado. No podemos saltarnos pasos del proceso”.

Su proyección es que la vacuna tendría que ser al menos un 70 por ciento eficaz para lanzarse al consumo masivo. Sin embargo, agregó que, aun cuando eso pasara, “tendríamos que esperar muchos meses más para saber cuánto duraría la inmunidad”. Advirtió que no se debe exagerar el optimismo respecto a la eficacia de una vacuna aprobada. Afirmó que una vacuna podría considerarse aceptable si previene una enfermedad grave, pero no necesariamente evitarían la mayoría o todos los contagios que no provocan síntomas, ni una condición menos grave.

“La ciencia es aleccionadora, siempre genera sorpresas que no podemos predecir”, concluyó. “Una vez que tengamos una vacuna, nuestro trabajo será moderar las expectativas. Sabremos cuál es el nivel de seguridad cuando millones de personas hayan sido vacunadas, y solo al cabo de cierto tiempo, sabremos cuál es el nivel durabilidad”.

Las primeras dosis de una vacuna aprobada contra el COVID-19 se destinarán a los trabajadores del sector salud y a los residentes y empleados de centros de cuidados prolongados, después irán a los servidores públicos esenciales como policías, bomberos y trabajadores de tránsito, así como a los empleados de plantas procesadoras de alimentos. La vacuna no se ofrecerá al público en general sino hasta que haya cientos de millones de dosis disponibles, lo cual sucederá en algún momento de 2021, si todo sale bien.

Se espera que sea necesario recibir dos dosis de la vacuna para tener la protección adecuada contra el COVID-19. Por lo tanto, si el objetivo es vacunar a todo el país, se tendrían que fabricar más de 600 millones de dosis de la vacuna.

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