Ya en la Grecia antigua Hipócrates aplicaba miel para curar las heridas y los romanos calificaban el polen de “polvo que da la vida“.
En India, China y el antiguo Egipto, el própolis o propóleo, sustancia resinosa que las abejas obtienen en los brotes de algunos árboles, era también apreciado por sus virtudes cicatrizantes y antisépticas.
En Rumanía, país con una naturaleza exuberante surcada por los montes Cárpatos, los productos de la colmena siempre han estado muy presentes en la medicina tradicional.
“En mi pueblo, mi bisabuela era curandera y utilizaba la miel. Ella me inspiró”, menciona la doctora Mariana Stan.
Médico alópata clásico durante años, actualmente practica en Bucarest la apiterapia, “cuyos resultados son más lentos pero mucho más duraderos y profundos”, asegura.
En un país con valores rurales arraigados, muchas familias siguen usando el própolis en invierno contra los dolores de garganta y las afecciones de las vías respiratorias y la miel y el polen como estimulante inmunitario.