En este país proliferó demasiado el teatro del jajajá, la gente prefiere ir a reírse que ir a pensar. La época de la guerra ahuyentó más al público de las salas y vino un fracaso total, sobre todo para el artista, que no tenía espacios. En los teatro-cafés o restaurantes uno no puede ir a poner una obra clásica ni semiclásica, porque en Guatemala ya nos acostumbramos al pan y circo.
¿Cuál es su más temprano recuerdo del teatro?
Los ensayos que mi papá hacía en casa. Me sentaba a verlos hablar, discutir, reír, actuar, repetir.
¿Cuándo le llegó el primer papel?
En 1944 necesitaban a un niño para una obra, El Monje Blanco, pero no había, así que yo hice de niño, Mayolín. Era una obra en verso. A él se le aparece la Virgen. Yo no sabía leer, mi hermano me decía las líneas y yo repetía. Así se me quedó.
Hoy se podría decir que fue aprendizaje virtual
¡Por Dios que sí! Porque se me quedó todo.
¿Y cómo le fue?
Llegado el momento, mi papá, Alberto Martínez Bernaldo, me hizo señas y entré. Quien me quiso confundir fue la actriz protagónica, ella no había querido ensayar conmigo. Al final fue ella la que se confundió y el público notó su intención. Fue mi primera obra y la última de ella.
¿Y después?
A los 8 años entré a la obra El rosal en ruinas. Mi papá era don Floripondio.
A todo esto ¿quién era Alberto Martínez?
Fue un actor, director y maestro autodidacta. Empezó en teatro, a los 16 años, haciendo un papel pequeñito en una obra de Alberto de la Riva. Nunca más se bajó del escenario, hasta que murió (1969).
¿Dónde nació?
¿Mi papá? En Santiago Atitlán, hijo de padres españoles. Mi mamá, Amanda Ramírez Corzo, también era de allá.
¿Era actriz también?
No, pero entraba a torear papelitos cuando hacía falta. También hacía vestuarios, maquillaba o pasaba a máquina las copias de libretos.
¿Tiene hermanos?
Somos cinco. Soy la tercera, pero nuestros papás fueron parejos con todos: nos ponían a lavar nuestra ropa, a ayudar con la mesa; nos exigían, pero si en aquel tiempo nos caía mal, hoy les damos gracias.
¿Cómo fue su niñez?
Vivíamos en el Callejón Del Fino, 10a. avenida A. En las tardes nos íbamos a jugar al Cerrito del Carmen —”A agarrar tepocates”, acota su hermana Rosa, quien prepara café—. Me escapaba como a las seis de la mañana para ir a montar bicicleta. A mi papá no le gustaba, pero yo iba. Cuando llovía, en esa 1a. calle, había un puentecito bajo en el cual pasaba la correntada. Tirábamos barquitos de papel. —Una vez vimos que iba la maleta de un cartero llena de cartas, aclara Rosa, otra vez—. Era un espacio mágico, con árboles y bejucos. Todo eso ya no existe.
¿Le afectó un papel alguna vez?
Cuando tenía 18 años hicimos una obra en la que un niño comía una uva, se le quedaba trabada y se moría. Me impactó tanto que cuando fui mamá, a mis hijas no les daba uvas ni dulces.
¿Personajes favoritos?
El primer gran papel creo que fue en Pluma en el viento, o quizá El alcalde de Zalamea. Eran dos obras en verso, dramas, fuertes. Pero creo que me consideré actriz hasta que me dieron el papel de doña Inés en Don Juan Tenorio, la obra que mi papá presentó durante 30 años.
¿Alguna vez se le olvidó un diálogo?
En 69 años, hay tres olvidos. Una, haciendo de Doña Inés. Cuando se va la abadesa y ella tiene un pequeño monólogo, me quedé en blanco. Empecé a caminar de un lado al otro; oía voces, eran mi hermano y mi papá que me apuntaban. Fueron segundos, pero para mí fueron horas. Al fin me acordé.
La segunda vez fue cuando tenía que decir un poema durante un concierto de Raúl di Blasio. Yo estaba medicándome, tenia surmenage (síndrome de fatiga crónica) estaba mal, y me puse a llorar. Hasta una cuba libre me llevaron, al fin, de pronto, se me vinieron los poemas, los declamé. La última vez, fue en el 2011, cuando se enfermó mi hermana, Rosa. Estuvo 49 días internada en el hospital, 12 de ellos en coma inducido. Era la obra La madriguera, y tampoco me acordaba de mis líneas. Fue un año difícil porque Rosa salió al fin el 13 de junio y en agosto murió mi esposo —Percy Barneond—. La mano de Dios me ayudó a salir adelante… y el teatro. Decidí montar Don Juan Tenorio y creo que Percy, que siempre me ayudó con la iluminación, la música y todo, nos ayudó desde el cielo.
Me enteré que es ministra extraordinaria de la Eucaristía…
Desde hace unos meses. Creo que Dios me ha dado tanto, que tengo que devolverle algo. Servimos en la rectoría de Belén, con las religiosas de allí.
¿Cómo celebrará los 70 años en el teatro?
Me gustaría dirigir la obra La vida de Inés de Castro. Es de época, y requiere vestuario y escenografía. Necesitamos ayuda para rescatar el teatro serio. Creo que la iniciativa privada debe meter las manos. Que apuesten por esta rama del arte y no solo por la música. Hay mucho talento joven, pero poco apoyo. Hace falta, sobre todo de cara al nombramiento de Guatemala como Capital Iberoamericana de la Cultura para el 2015.