Fahlman tuvo la idea de poner una especie de carita sonriente al lado de los textos de tono divertido, :-), y otra, :-(, para aquellos que fuesen serios o tristes. Y desató una auténtica fiebre de símbolos.
Hoy en día, Fahlman prefiere no conceder entrevistas sobre “su” invento y remite a un texto escrito por él sobre la historia de los emoticonos. Sobre los más modernos, los emojis, que se usan actualmente en las redes sociales, reconoce que no los utiliza y que no le gustan particularmente, pero en eso el profesor es más bien una excepción en la sociedad de la comunicación.
“Los emojis se han convertido en una parte esencial de nuestra comunicación”, señala la psicóloga especializada en medios Sabrina Eimler. En los programas de messenger, emails o redes sociales ya no hay casi mensaje que prescinda de la versión digital de las expresiones humanas.
La comunicación se simplifica además de esa forma. Y se llena de colorido. En vez de una larga descripción sobre el tono del mensaje o el estado de ánimo, basta un emoticono para resumir grandes conceptos. “Es una mejora, una simplificación. Nos sirve para que haya menos errores de interpretación”, opina Eimler.
Los smileys, corazones o flores hacen más interesente el mundo de Internet también para aquellas personas que no han crecido con una computadora o un smartphone. El filólogo berlinés Anatol Stefanowitsch por ejemplo, que se califica a sí mismo como un “inmigrante digital”.
Sin embargo, Stefanowitsch cree que la eficacia de los emoticonos o emojis depende de cuán bien se conozcan ambas personas. “Y si esas personas vienen de contextos culturales diferentes, todo es aún más complicado.
Emoji viene del japonés, como su creador, Shigetaka Kurita, y en español se pronunciaría más bien como “emoyi”. Y en efecto, el contexto cultural es básico, porque no se entienden de la misma forma en Japón que en Occidente.
Uno de los ejemplos es la carita que echa humo por la nariz, que en Occidente es sinónimo de enfado, mientras que en Japón lo es de triunfo. O las dos manos juntas que -en el contexto occidental- parecen rezar y se usan para subrayar una petición, pero que su creador en realidad ideó para decir “gracias” a la manera japonesa, es decir, juntando las manos e inclinándose.
Un estudio de la app de teclado SwiftKey descubrió que en los países árabes las plantas y flores se usan cuatro veces más que en otras partes del mundo, mientras que los australianos y franceses confirman unos estereotipos muy extendidos: en comparación con el resto del mundo, en Australia se usan el doble de emojis borrachos, en tanto que los galos envían cuatro veces más corazones.
En España se cumple otro cliché y es que los emojis de fiesta y de la bailarina de flamenco se usan un 72 por ciento más que en el resto del mundo. Pero en general en todas partes ganan las caras positivas y sobre todo la que llora de risa, número uno según Emoji Tracker, que mide su uso en Twitter.
En total hay ya 1 mil 624 emojis. Hace poco se añadieron el dedo medio, el saludo del doctor Spock y los “cuernos”, populares entre los rockeros. Así como la opción de poner rostros o manos en diferentes tonos de piel, no solo blanco. La empresa Unicode, de California, es la que decide qué símbolos se añaden.
Anatol Stefanowitsch ve un problema en esto, porque de ese modo los emojis japoneses y de la cultura occidental se imponen a otros. “Mi deseo es que la firma Unicode se esforzara más por ampliar la diversidad”. Por ejemplo, añadir bebidas que no sean alcohólicas, señala. Sabrina Eimler propone a su vez un emoji vomitando. “Creo que hay muchas situaciones en las que uno querría decir: 'esto es vomitivo'”.