Con las llaves del Mundial-2014, pasó incluso por encima del Chicago de Barack Obama para llevarse los primeros Juegos Olímpicos de Sudamérica.
Copa América-2019 llega discreta a un país que ya no encuentra consuelo en su Selecao, luego que organizó a lo grande el Mundial-2014, tres presidentes, una recesión histórica, dos exmandatarios detenidos y un escándalo de corrupción sin precedentes.
Poco queda de aquella potencia emergente, cuando nada parecía frenar al Brasil que conducía el carismático Luiz Inácio Lula da Silva (del 2003 al 2010). Con las llaves del Mundial-2014, pasó incluso por encima del Chicago de Barack Obama para llevarse los primeros Juegos Olímpicos de Sudamérica.
Pero la fiesta acabó antes de tiempo para una población que ya llevaba meses ahogada por la crisis, los escándalos y la inseguridad cuando se apagó la llama olímpica el 21 de agosto de 2016 en el Maracaná. Para entonces, la presidenta Dilma Rousseff (2011-2016), sucesora de Lula, ya había sido apartada del cargo y sustituida por el impopular Michel Temer.
“La Copa de 2014 era una plataforma para reafirmar la grandeza nacional, del gobierno del PT (Partido dos Trabalhadores, izquierda). Hoy ya no tiene sentido. Por la crisis, por todo. La Copa América será solo un evento deportivo más”, valora a la AFP el historiador Marcos Guterman, autor del libro ‘El fútbol explica a Brasil’.
Desde hace más de un año, Lula cumple condena en una cárcel de Curitiba acusado de corrupción y lavado de dinero -algo que él niega rotundamente- y muchas de aquellas obras concebidas al calor de los grandes eventos se han convertido en emblemas del despilfarro.
También están presos los dos últimos exgobernadores de Rio de Janeiro y el presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol durante el Mundial, José Maria Marin (él en Estados Unidos), así como otros muchos políticos, constructores y figuras clave de la élite nacional de aquellos años frenéticos.
El ultraderechista Jair Bolsonaro -un exmilitar apenas conocido en 2014 por sus salidas de tono como diputado- venció las elecciones de octubre e intenta resucitar una economía con 13,2 millones de desempleados y preocupantes índices de violencia.
“La gente ni se da cuenta de que va a haber una Copa América. La coyuntura es tan dramática que es difícil pensar en esta Copa como un gran evento”, afirma Katia Rubio, profesora de la Escuela de Educación Física de la Universidad de Sao Paulo.
Tampoco la cuenta atrás hacia el Mundial-2014 fue idílica. Ya durante la Copa Confederaciones-2013 una ola de masivas protestas de una ciudadanía que se preguntaba dónde iba todo aquel dinero sorprendió a los organizadores y al gobierno.
Aunque aún era difícil imaginar lo que vendría después.
Nada fue mejor dentro del campo, donde a la Canarinha le atrapó Alemania en la fatídica semifinal del 7-1, sumiéndola en una pesadilla histórica.
El país entraba entonces en una espiral recesiva que duraría hasta finales de 2016. No era la coyuntura soñada para recibir los Juegos, que se zanjaron sin embargo como un éxito para los organizadores. Pero tras la exuberancia del Rio Olímpico se escondía un país con profundos problemas que tampoco logró enderezar Temer, quien tras dejar el cargo en enero ya ha sido detenido en dos ocasiones por un caso de corrupción.
Con este panorama, la organización de la Copa América-2019 ha tratado de recortar gastos al mínimo y operar con “una estructura enjuta”, según sus organizadores, reduciendo las opulentas doce sedes del Mundial-2014 a seis estadios en cinco ciudades, lejos de los polémicos elefantes blancos y bajo la promesa de evitar recursos públicos.
“Si hubiera dinero, se habría gastado. El problema es que no hay. Se acabó. Los empresarios están presos, el nivel de vida es otro”, valora Guterman.
Para agregarle confusión al desencanto, la previa de la Copa América acabó colonizada por el escándalo de Neymar, acusado de violación, en una polémica seguida al detalle por el país.
Los brasileños, que un día creyeron ver en el hábil atacante al heredero de sus genios, empiezan a estar cansados de esperarle. Y el encuentro no se dará esta vez, pues finalmente su estrella quedó fuera del torneo por lesión.
“Neymar está acabado, nunca será el mejor del mundo, ni siquiera llegará nunca a ser Ronaldinho Gaúcho o Ronaldo ‘el Fenómeno'”, declaró a la AFP Mariana Piler, una guía turística de 29 años de Rio.
Marcelo Quase, un comerciante carioca de 39 años coincide en que “Neymar es una carga muy grande para la selección, el juego será más fluido ahora que está fuera del equipo”.
Con una Seleçao en la que apenas se reconoce -solo tres convocados militan en la liga local-, tampoco parece que un triunfo en la Copa América resulte suficiente para restaurar el brillo de Brasil en la cancha, tras 17 años sin levantar un título mundial y desde 2007 sin un trofeo continental.
Ni para eclipsar del todo la realidad.
“El fútbol fue la panacea para los grandes males en momentos históricos como la dictadura (1964-1985), pero ya no”, afirma la profesora Rubio. El deporte rey, añade, ya no tiene “esa potencia de antes porque ha perdido importancia como hecho social”.
Aunque, para la orgullosa pentacampeona del mundo, caer de nuevo en casa tampoco es una opción.
© Agence France-Presse