Después de semanas de confinamiento por la COVID-19 hemos ido avanzando hacia la “nueva normalidad”. Poco a poco se han ido eliminando algunas restricciones en nuestros movimientos y comportamientos. Sin embargo, no todos queremos ir al mismo ritmo. Todos conocemos a alguien que hubiese deseado tener plena libertad de movimientos y ninguna restricción desde el primer momento. Sin embargo, otros preferimos ir más despacio.
Cuando la pandemia comenzó, las personas nos distribuimos a lo largo de un eje emocional que iba desde el extremo de las emociones negativas como el miedo hasta la subestimación de la probabilidad de contraer el virus. A esto último, los expertos lo llaman el sesgo optimista.
Desde que se declaró la pandemia de la COVID-19, de forma generalizada y particularmente en España, nuestro modo de vida se ha transformado tremendamente. Muestra de ello es el aumento del teletrabajo (del 4,8 % en 2019 al 34 % de los ocupados en España durante el confinamiento por la pandemia).
¿Por qué debe preocuparles el coronavirus, si ellos ya tienen su propio virus con el que luchan día a día? ¿Cómo pensar en distanciarse de aquellos con los que pueden reconocerse, autoafirmarse, vivir de manera “auténtica”? ¿Cómo eso se considera problema si justamente esa es su solución?
Ser vegano está de moda. Para muchos, adoptar una dieta basada solo en productos de origen vegetal representa una cierta filosofía vital en la que, además, se suelen incorporar otros planteamientos existenciales, como ser animalista o preocuparse por el cambio climático y la agricultura sostenible.
El gran peligro del coronavirus radica en la pérdida de control por su implacable transmisibilidad. Sobre todo por parte de las personas que no muestran síntomas respiratorios ni fiebre, por lo que no saben si están infectadas: los llamados transmisores “silenciosos”. Los síntomas gastrointestinales pueden jugar un papel fundamental para detener la propagación.