En la Baixada Santista no tardó en correrse la voz sobre el potencial de este chico delgado, de orejas grandes y regates eléctricos. El rumor llegaba a veces hasta sus jóvenes rivales, que recibían con curiosidad al nuevo fenómeno.
Hace 20 años, Betinho asistía a un partido en una playa de Santos cuando, de repente, dejó de interesarle el balón. No podía apartar la mirada de un afilado niño de seis años que subía y bajaba las gradas como un rayo. Nunca había visto a nadie correr así.
Para este veterano técnico de base, el espectáculo ya no estaba en la cancha, acababa de descubrir a Neymar.
El que se convertiría en el jugador más caro del mundo pasó aquella tarde de 1998 volando por los escalones mientras su madre no le quitaba ojo y su padre, un punta derecha recién retirado, disputaba un encuentro de aficionados.
Y a Betinho se le disparó la calculadora.
“Lo vi así: el padre juega bien y la madre es alta. Si el niño sale como ella, delgado, y con el juego del padre, va a funcionar”, cuenta a la AFP este entrenador de 60 años desde un humilde campo de Sao Vicente, a pocos kilómetros de aquella playa donde volvió a sonreírle la suerte.
No era la primera vez que Betinho veía una estrella, de hecho acababa de llevar al Santos a otro fenómeno, un tal Robinho, a quien había descubierto ocho años antes. Aún no sabía que había encontrado algo mejor.
Con su primera joya como garantía, este exempleado ferroviario fue a pedirle a los padres de ‘Juninho’ -derivación cariñosa de ‘Junior’ con la que aún llaman a Neymar en familia- que le dejaran llevarlo al equipo de futsal que estaba formando. Accedieron.
“Durante toda mi carrera fui atrás de un jugador que recordara la sombra de un Pelé y el rayo cayó dos veces en el mismo lugar”, se enorgullece este cazatalentos, mientras un grupo de chicos se esfuerza a sus espaldas por ser el tercero.
Betinho y Neymar iniciaron entonces una aventura que les llevaría por varios clubes de esta región que divide sus pasiones entre el fútbol y el mar, hasta que en 2003 desembarcaron en el Santos.
En la Baixada Santista no tardó en correrse la voz sobre el potencial de este chico delgado, de orejas grandes y regates eléctricos. El rumor llegaba a veces hasta sus jóvenes rivales, que recibían con curiosidad al nuevo fenómeno.
“En Santos ya sabíamos quién era Neymar, ya cuidaban de él como si fuera un futuro gran jugador”, cuenta su amigo Pedro Lopes en la misma pista del club Gremetal, donde se conocieron hace 16 años.
Aquel día fueron rivales, pero ‘Juninho’ no tardaría en unirse a este tradicional equipo de futsal de la mano de Betinho. Tenía nueve años, y en apenas dos entrenamientos ya le subieron de categoría.
“En la mayoría de nuestras jugadas le pasábamos el balón y esperábamos a que driblara a la mitad del equipo”, recuerda Pedro sonriendo.
De aquellos años en los que soñaban con brillar juntos en los grandes clubes de Brasil, nació una amistad que luego se afianzó en el colegio. Neymar era buen estudiante, pero su destino ya estaba decidido.
“Él tiene un talento innato, aunque fue perfeccionándose. Sobre todo en el juego colectivo, porque siempre fue algo individualista, de querer recibir, driblar y pasar a todo el mundo”, opina su técnico en el Gremetal Alcides Magri, quien todavía trabaja en el club.
Bajo sus órdenes, Neymar ganó el primer título de una carrera donde ahora brillan una Champions, una Libertadores o un oro olímpico. Para celebrarlo, el prometedor delantero se puso la cinta con la leyenda “100% Jesús” que le dio su madre, de fe bautista, y que aún luce cuando gana un trofeo.
No es lo único que mantiene ‘Juninho’ de aquella época en la que los empleados del club le ayudaban pagándole alguna merienda. Al dinero, las polémicas y la fama planetaria también ha sobrevivido una actitud juguetona ante la vida que no todo el mundo entiende.
“Es una persona con una energía increíble, alegre, extrovertida, que siempre está bien con la vida. Cuando estoy mal, procuro estar cerca de él porque me transmite una positividad inmensa”, le defiende su amigo Pedro.
La gorra hacia atrás, el pelo teñido de rubio, los tatuajes y los miles de seguidores en Instagram no dejan dudas: Pedro es un ‘toi’, el nombre de guerra de los amigos de Neymar.
Siempre cerca del ‘crack’, todos se volcaron con él durante los dos meses que pasó este año en Brasil tras su operación en el pie.
“Cuando sufrió la tristeza de la lesión, buscó a la familia para reconfortarse, elevar la autoestima y poder recuperarse lo más rápido posible”, relata, sin querer entrar en detalles.
En una de sus visitas a su mansión en la costa de Rio, Neymar le pidió que le llevara una camisa del Gremetal para su colección. Como cuando sus madres les llevaban a entrenar, ambos posaron para una foto que el club publicó orgulloso en las redes.
Aunque muchos querrían verle más cerca.
“Ya es hora de que vuelva aquí y haga una visita a los niños. Su presencia es muy importante y está en falta con el club, con sus orígenes”, reclama el técnico Alcides Magri.
Pero Neymar hace mucho que dejó atrás a ‘Juninho’, como afirma su descubridor.
“Yo pasé seis años cuidando de él, que son muchos. Ahora es del mundo”, concluye Betinho.
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