Francisco señaló que “las madres toman de la mano a los hijos y los introducen en la vida con amor”, pero advirtió que estos a menudo “van por su propia cuenta, pierden el rumbo, se creen fuertes y se extravían, se creen libres y se vuelven esclavos”.
“Cuántos, olvidando el afecto materno, viven enfadados e indiferentes a todo. Cuántos, lamentablemente, reaccionan a todo y a todos, con veneno y maldad. En ocasiones, mostrarse malvados parece incluso signo de fortaleza. Pero es solo debilidad”, sostuvo.
La receta de Bergoglio es extender una “mirada materna” en un mundo en el que, lamentó, “hay mucha dispersión y soledad a nuestro alrededor”, a pesar de que actualmente es más fácil comunicarse. Toda una contradicción.
En su mensaje volvió a aludir a la necesidad de colaborar por el bien de la humanidad y la concordia: “No creamos que la política está reservada solo a los gobernantes, pues todos somos responsables de la vida de la ciudad, del bien común”.
“La política es buena en la medida en que cada uno hace su parte al servicio de la paz”, sostuvo.
Francisco se despidió de los fieles con un llamamiento a que sean “artesanos de paz” y esto, refirió, “empieza en casa, en la familia, cada día del año nuevo”.
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