El regreso del uribismo
A los 41 años, Iván Duque podría llegar a ser el gobernante elegido popularmente más joven de Colombia desde 1872. El candidato del Centro Democrático tiene la misión de recuperar la presidencia para la derecha más opuesta el acuerdo de paz con la disuelta guerrilla Farc
De aspecto jovial, este excongresista, que triunfó en la primera vuelta con el 39 por ciento de los votos, tiene el apoyo de las élites políticas y económicas para lograr sus objetivos: modificar el pacto de paz de 2016, bajar impuestos a las empresas y liderar la presión internacional contra el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela.
En concreto, quiere que los jefes rebeldes culpables de delitos atroces paguen un mínimo de cárcel y no ocupen ninguno de los diez escaños parlamentarios del ahora partido Farc.
“Si una persona está en el Congreso y le ratifican una condena por crímenes de lesa humanidad debe dejar la curul”, advierte. También se propone endurecer las condiciones para el diálogo en curso con los rebeldes del ELN.
Si bien la primera guerrilla ya dejó las armas y participó en las legislativas de marzo – en las que obtuvo el 0.5 por ciento de los votos – aún faltan por concretar aspectos claves del acuerdo como la verdad y reparación para millones de víctimas y las reformas rurales que buscan evitar nuevos conflictos.
De ser elegido, Duque tendrá mayorías en el Congreso para ajustar lo pactado, además del respaldo de los evangélicos y un sector ultraconservador que rechazan el matrimonio y la adopción gais.
Pero más allá de sus propuestas conservadoras aunque liberales en lo económico, Duque es cuestionado por la influencia que ejercería Uribe, el senador más votado en marzo, en su gobierno.
“Ni soy títere ni Uribe es titiritero”, dice.
Aunque “Duque no puede explicarse sin Uribe”, en el algún momento “buscará autonomizarse de la figura” de su mentor, señala Andrés Ortega, politólogo de la Universidad Nacional.
El reformismo de izquierda
De 58 años y exalcalde de Bogotá, Petro lucha contracorriente para ser el primer presidente izquierdista de este país de 49 millones de habitantes, con un 27 por ciento de pobreza y primer productor mundial de cocaína.
En la primera vuelta obtuvo el 25 por ciento de los apoyos y para el balotaje recibió la adhesión de un sector del centro que quedó en el tercer lugar en la primera vuelta.
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Petro no solo se ha comprometido a honrar los acuerdos que condujeron al desarme de 7 mil guerrilleros, sino a “profundizar la paz” mediante una batería de reformas que incluyen desde altos impuestos para los latifundios improductivos hasta el tránsito hacia una economía no dependiente del petróleo y el carbón, y centrada en la producción agrícola.
Aquí “ya no es el tema de un acuerdo con la Farc, es la paz de Colombia, que Santos no quiso acometer porque implica reformas sociales a profundidad”, señala.
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Este exguerrillero del extinto M-19, que asegura haber sido torturado por los militares, llenó plazas y convocó a multitudes de jóvenes con su programa contra el cambio climático, a favor de las minorías y con un enfoque menos represivo contra el consumo de drogas y los campesinos cocaleros.
Sin embargo, su discurso antisistema sirvió de pretexto para que los adversarios lo acusaran de ser un populista que busca implantar el “modelo fracasado” de Venezuela.
El Petro que arrancó esta campaña planteando una Constituyente para reformar la política y la justicia terminó más moderado e incluso comprometiéndose a no expropiar y respetar la propiedad privada.
“La izquierda llegó a la final, es un triunfo fuerte pero no gana porque este país es demasiado de centroderecha”, opina Andrés Ávila, politólogo de la Universidad Javeriana.
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